De culo y cuesta abajo
Últimamente me encuentro fuera de mi cuerpo. Como si estuviera viviendo dentro de una cámara, viendo las cosas a través de una lente llena de polvo que ve la vida en secuencias de tres en tres y que intenta capturar el movimiento.
Ya no puedo escuchar música porque me desconcentra, ya no siento las cosas como lo hacía antes y ahora el mundo se ha vuelto tan insípido que me dan ganas de ceder ante alguna tendencia suicida de esas que salen en las pelis de los domingos, drogas o lo que fuera que salía en la última que pusieron.
Me siento derrotada, como si hubiera manos alrededor de mi cuello que poco a poco van oprimiéndolo más y más solo hasta que solo queda un hilo de aire que huele tan mal como el compañero que está sentado a mi lado. No me sé su nombre.
Mis manos me parecen ancianas, están temblorosas y solo escriben historias para no dormir y patetismo adolescente de hace meses. Tienen más cicatrices que antes y las uñas se han roto para no dañar a esta gente extraña a mi alrededor.
Mis piernas todavía son flexibles, pero andan raro, parece que han decidido independizarse de mí, y ahora van dando patadas al aire en vez de andar deprisa, como intentando huir del cuerpo al que están pegadas.
Estoy cansada, mi voz cada día es más ordinaria y silenciosa, echo de menos ir gritando y que me importara una mierda.
Solo encuentro placer mientras me monto películas o tomo decisiones que, casi seguramente, me ahoguen más en esta piscina llamada madurez. Y sí, es una piscina en la que todo el mundo parece disfrutar mientras me muero en medio metro de agua.
Es extraño, ahora siento que se me sonrojan las mejillas mientras tengo frío el resto del cuerpo. Tal vez he ganado vergüenza. En este momento solo soy lo que escribo, lo que veo, lo que no estudio y lo que recuerdo, quién iba a pensar que había estado muerta y no me había dado cuenta hasta ahora. Tal vez me he cansado de estar siempre expectante a lo que tengo que conseguir y a lo que vendrá y como me he quedado sin metas, pues me he puesto a filosofar mientras veo la humedad calando en el edificio de en frente.
No me quejaría, tengo todo lo que necesito, pero ¿qué clase de vida es esta? Sacar una carrera, currar de lo que no es lo tuyo y esperar a que toda la vida cobre sentido un día y no seas tan desgraciado como te crees.
Estoy en un punto de mi vida en el que no aguanto a nada ni a nadie, me he vuelto contra lo que era mi zona de confort y ahora no sé dónde ir; no puedo volver y tampoco puedo avanzar, así que creo que me voy a quedar aquí, en los minutos de descuento en los que algo siempre cambia. Por lo menos hasta que se me ocurra algo como la cura del cáncer o cómo no llorar mientras busco qué coño es un Weitbrecht, creo que esta es mi nueva normalidad.
En última instancia, necesito un punto de unión entre lo que se está destruyendo y construyendo en mi vida. Teno la necesidad de usar y ser usada, que me hagan pedazos. Tal vez encontrándome en lo más alto o en lo más bajo acabo entendiendo por qué estoy vacía con dieciocho años y la vida por delante.
- Paula Vargas
Ataca a los sentidos, es la contorsión de todas las extremidades, la mutación del cuerpo. Es un análisis riguroso, anatómico de un físico en decadencia, que extraña a la escritora, y desconcierta al lector.
Empieza con los oídos, pasa a los ojos, baja a las manos y a las piernas, todo es deforme, todo está dañado, no se ve una solución. Vuelve a la cabeza con la voz, la auténtica puerta del alma, la ha perdido.
Todo este principio prepara un paisaje feo y agresivo para el lector, que promete ser rematado en la segunda parte del relato. En la segunda mitad entramos a la reflexión, volvemos a la cabeza, que plantea una imagen más horrible que la del físico.
Es una mente sin rumbo, que duda del futuro entrando a la madurez, representa la etapa que todo el mundo está condenado a pasar y de la que no se sale si se va a salir. Hay mucho titubeo en esta segunda parte que detracta de la fuerza y agresividad de la primera, la voz se va volviendo más silenciosa.
El texto acaba con una solución, muestra la esperanza que tiene la autora, el equilibrio entre las dos mitades de su cuerpo y de su mente. Espero que pueda encontrarla.
Este es el primer texto que tenemos el placer de publicar en Twenties Magazine, si quieres ser publicada puedes ver cómo hacerlo aquí. Todo el arte tiene su sitio en Twenties Magazine.